Un rey quería fabricarse un anillo con un magnífico diamante y guardar dentro un mensaje que pudiera servirle en momentos de desesperación.
Consultó a los sabios de su corte. Pero aquellos hombres podían escribir grandes tratados, pero no un mensaje tan breve.
El rey tenía un anciano criado que había servido a su padre. Sentía un inmenso respeto por él, de modo que también le consultó. Y este le dijo:
- En una ocasión servía a un invitado de tu padre, cuando se iba me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-, pero no lo leas. Ocúltalo en el anillo y ábrelo solo cuando todo lo demás hay fracasado.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo, estaba solo y los perseguidores eran numerosos. De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje, simplemente decía: "Esto también pasará".
Mientras leía "esto también pasará", sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos debían de haber errado el camino, pues ya no se oía trotar a sus caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido por estas palabras. Dobló el papel, volvió ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Cuando estaba victorioso en la ciudad hubo una gran celebración y se sentía orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
- Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
- ¿Qué quieres decir? Ahora estoy victorioso, el pueblo celebra mi vuelta, no me encuentro en una situación sin salida.
- Pero ese mensaje no es solo para situaciones desesperadas, también lo es para las placenteras. No es solo para cuando eres el último; también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará". Y de nuevo sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo había desaparecido. El rey pudo terminara de comprender el mensaje.
Entonces el anciano le dijo:
- Todo pasa. Ninguna cosa sin ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y mementos de tristeza. Acéptalos porque son la naturaleza misma de las cosas.
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