Antes de hablar de los Radicales Libres, tenemos que comenzar explicando que es una reducción y oxidación (Red-ox), los átomos que nos constituyen se hallan en un estado de neutralidad o equilibrio eléctrico, con todos sus electrones felizmente dispuestos. Los electrones son partículas cargadas negativamente que giran por pares en una órbita alrededor del núcleo del átomo positivamente cargado y de partículas neutrales desprovistas de carga eléctrica. Normalmente, el número de partículas positivas en el centro, equilibra el número de partículas negativas circulando a su alrededor, dejando al átomo eléctricamente equilibrado. Sin embargo, si todo el conjunto permaneciera eléctricamente neutro no podríamos sobrevivir. Nuestros cuerpos dependen de la generación de energía que produce la permuta controlada de esos electrones entre una clase de molécula y otra. Esta actividad se llama reacción redox y se produce en cada célula, principalmente en unas estructuras internas de la misma, las llamadas mitocondrias. Estas estructuras se comportan como pequeñas centrales de energía.
La palabra "redox" evoca las dos fases de este tipo de transferencia de actividad energética: la reducción, proceso por el cual una molécula adquiere (o acepta) un electrón de otra sustancia, y la oxidación, el proceso opuesto por el cual una molécula pierde (o cede) un electrón a otra molécula. En el proceso de cesión, el electrón cedido o perdido desmonta a la pareja de electrones que giraban tranquilamente en órbita alrededor del núcleo, convirtiendo a la molécula de estable en inestable, lo que los bioquímicos denominan un radical libre. Una vez formado, el radical libre es fuertemente reactivo, porque busca aparear su electrón aislado o libre con uno de otra molécula. La formación del radical libre constituye una especie de equivalente bioquímico del dicho "desvestir a un santo para vestir a otro", a saber, el átomo A toma un electrón de B, B uno de C, C uno de D, y así sucesivamente. Mientras esta reacción en cadena permanece bajo control, toda va bien.
La formación de radicales libres, no obstante, no siempre va a nuestro favor. Los efectos perjudiciales de los productos químicos, de la radiación solar, el ozono, el humo del tabaco, los aditivos a los alimentos y el oxígeno, contribuyen a la formación de radicales libres que conducen al envejecimiento y a la instauración de la enfermedad, lesionando el tejido humano y son responsables de la aparición de enfermedades como la artritis, las cataratas, la enfermedad coronaria o el cáncer.
Los radicales libres se forman cuando las moléculas se oxidan. Una vez despojadas de uno de sus felices pares de electrones, la molécula (ahora radical) se vuelve intensamente reactiva, y en su insensato afán de restablecer su propio equilibrio eléctrico, acabará robando un electrón de alguna otra molécula, este proceso puede dañar, alterar o envejecer a la molécula atacada. La molécula inocente así tratada podría ser una subunidad de cualquier tejido de nuestro organismo y a menudo realizan el lado sucio de su trabajo contra el ADN que constituye el material genético en el núcleo de cada célula generando un daño sustancial que como mínimo inutilizará la célula o en el peor de los casos la transformará en un célula rabiosa, incontrolable, susceptible a transformarse en germen cancerígeno. De ahí la mala reputación de los radicales libres.
Igual que ocurre muchas veces en la vida, esta moneda tiene dos caras. Los radicales libres son por un lado biológicamente dañinos y por otra, necesarios para la salud. El correcto funcionamiento de un sistema inmune sano depende de la profusión de radicales libres, liberados por los glóbulos blancos de la sangre durante su combate contra virus y bacterias, sin estas armas el poder letal de los radicales libres sería nulo y nos veríamos sin defensa frente a la infección. Lo que para un hombre es un buen alimento para otro es veneno.
Como el daño es principalmente oxidativo, el grupo de vitaminas y minerales son una defensa contra los radicales libres en la categoría de antioxidantes. En especial las vitaminas A, C y E, el beta-caroteno, los minerales Selenio y Zinc y el péptido glutatión.